La mayoría de las personas anhelamos vivir en una sociedad pacífica, productiva y en armonía; pero los altos índices de delincuencia, drogadicción, violencia, vagancia, suicidios y demás síntomas de una sociedad enferma, no dejan de sorprendernos y preocuparnos. Como bien dice Jiddu Krishnamurti, escritor y orador en materia filosófica y espiritual, “no es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”, no es natural que hoy en día la violencia y actos vandálicos se tomen con naturalidad y cotidianidad.
De acuerdo a la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de la Seguridad Pública (ENVIPE), al año se registran 22.8 millones de víctimas de delitos, siendo la cifra negra (nivel de delitos no denunciados o que no derivaron en averiguación previa) de 92.8% a nivel nacional; cuyos causales de este alto porcentaje son circunstancias atribuibles a la autoridad, como considerar la denuncia como una pérdida de tiempo con 32.2% y la desconfianza en la autoridad con 16.8 por ciento. (Fuente: Expo Seguridad México)
Especialistas de diversos países coinciden en que el origen de estos síntomas está en la disfunción, la violencia y la desintegración familiar, que como resultado produce personas con una identidad equivocada y una falta de propósito en la vida. Este resultado puede verse en todos los niveles y en todos los lugares, porque no depende del nivel socioeconómico de los padres, sino de la defectuosa o carente formación que les brindan a los hijos.
De acuerdo con FOESSA, la “familia moderna” es el modelo que impera actualmente, el cual se caracteriza por:
- Realidad secularizada. La familia ha roto su vínculo con la iglesia y ha adoptado otro nuevo de naturaleza humana, basado en el amor y el respeto.
- Ha cambiado el concepto de matrimonio, basado en una decisión personal y no en una obligación moral.
- Los miembros son más individualistas, tratan de buscar su realización personal y la satisfacción de sus necesidades afectivas, sexuales, de seguridad, etc.
- Más flexibilidad en los roles de los miembros, las jerarquías se empieza a desvanecer ni se rigen bajo los mismos fundamentos (ahora son económicos).
- De ideología tolerante, democrática y dialogadora.
- También existen cambios en las funciones de otros sectores sociales, como lo es el escolar.
Fernando Rosales Collignon fundador de SEA y especialista en actitud en organizaciones, escuelas y familia, afirma que “un niño o joven que sabe cuál es su razón de vivir, tiene un rumbo definido en su vida y muestra una actitud correcta que surge desde su interior. Muestra entusiasmo e iniciativa para proponerse metas, aprovecha su tiempo y los recursos a su alcance para avanzar en ellas, está interesado en beneficiar a quienes le rodean y muestra un deseo de hacer lo correcto en cada situación”.
El deseo de todo padre responsable es que su hijo se convierta en un adulto maduro, pleno, realizado, capaz de tomar las mejores decisiones en cada situación. Pero nuestras acciones muchas veces no nos llevan a cumplir nuestros deseos. Nos preocupamos más por suplir todas las necesidades económicas, educativas, sociales o recreativas de nuestros hijos, pero pocos nos interesamos en el desarrollo de su actitud.
Una actitud correcta es el resultado de tener muy clara la razón de vivir, y vivir siendo impulsado por ella, y es ahí donde recae la importancia de la actitud en el origen familiar. Esa certeza trae satisfacción y plenitud, y un deseo de beneficiar a quienes te rodean.
Independientemente de su estructura, de los recursos que tenga o de su conocimiento, cada familia tiene el potencial de convertirse en una poderosa célula que funcione como epicentro del cambio a una mejor sociedad. Una familia sana que sabe bien cuál es su propósito, tiene la capacidad de producir ciudadanos maduros, responsables, aptos para desarrollar grandes y poderosas sociedades.
Tienes en tus manos la oportunidad de darles a tus hijos el regalo más valioso, una actitud sana que dirija el rumbo de su vida y lo convierta en un buen ciudadano.