Recientemente, para ser exactos en la edición 70 del Festival de Cannes, surgió una polémica que incluso muchos denominaron disputa debido a un pequeño cambio en las reglas del juego, donde, para 2018 las películas que no hayan sido exhibidas en salas francesas no puedan competir por la Palma de Oro. Ante esto, Hollywood tampoco se quedó atrás, al imponer algo similar: las cintas candidatas a un oscar “a mejor película” deben haberse exhibido al menos siete días seguidos, tres veces al día, en cines de Los Ángeles.
El principal afectado y anulado con dicha decisión ha sido el monstruo llamado Netflix, quien a pesar de participar con dos cintas producidas en casa (Okja y The Meyerowitz Stories) fue foco de algunos ataques. Jean Labadie, presidente del distribuidor francés Le Pacte, llegó acusar a Netflix de promover «la muerte de los teatros» y afirma: «Es peligroso que una película que pudiera ganar la Palma de Oro nunca sea vista en un teatro, es un símbolo».
Mucho se dice que el choque de opiniones va más allá de lo escénico y artístico que representa el séptimo arte, el hecho de ver a Netflix como precedente preocupante para la industria lo acuñen a intereses financieros, dejando a un lado la poética del cine y las teorías de la percepción. El conflicto se centra en un choque entre un sistema tradicional y un nuevo modelo de negocios, donde no se considera necesaria la exposición en pantalla grande:
“Las principales actividades de los internautas mexicanos son: comunicarse con 89%, ingresar a contenidos audiovisuales con 82% y el entretenimiento con 80%, según el Inegi”.
Robert Bresson, cineasta francés característico por cintas en las que desarrolló un discurso que buscaba un absoluto ascetismo, despojamiento y que aspiraba a captar aquello que escapa a la mirada ordinaria, afirmaba que: “es necesario que una imagen se transforme al contacto con otras imágenes, como un color al contacto con otros colores. No hay arte sin transformación. (…) Conmover no con imágenes conmovedoras, sino con relaciones entre imágenes que las vuelvan a la vez vívidas y emocionantes”. Y en realidad ¿es algo que no se pueda logra independientemente al soporte comunicativo? ¿no es una transformación que ya están logrando las plataformas digitales?, es ahí donde debe recaer el verdadero debate.
El contexto actual del consumidor y las exigencias que este demanda ahora van más allá de buscar cosas nuevas, de conocer historias originales. El ir al cine, comprar palomitas y compartir tiempo con un amigo o a solas sigue siendo un ritual social; pero también el desvelo y la inalcanzable espera de un año para ver el estreno de la siguiente temporada de una serie o encontrar películas internacionales interesantes, se están volviendo también un hábito gustoso entre los jóvenes principalmente, dinámica y transformación que solo ha sido posible a través de plataformas como Netflix.
Es un tema muy controversial que al final recaen en lo económico, ante un panorama actual que cuenta con más público consumiendo plataformas digitales (por las razones que sean: tiempo, gustos, accesibilidad, etc.) y es por ello que a la industria tradicional le parece conveniente introducir este tipo de limitantes a industrias emergentes como lo son plataformas digitales, afirman Michelle y Emilie Morán, mexicanas expertas en dirección de casting y entretenimiento; esto también con el fin de conservar un negocio tan redituable como lo es el cine, donde se busca seguir enamorando a los cinéfilos para que sigan asistiendo a las salas de cine.
Por otro lado, a pesar de que las plataformas digitales también sean un negocio en apogeo y en extremo redituable, no solo se trata de un tema económico pues tampoco no se desea perder la magia del cine al darle apertura a dos formatos diferentes, cuyo resultado final puede percibirse de manera distinta, explica Emilie Morán: ver una película en el cine no es igual que verla en televisión, pensando desde el origen de la cinta, pues un director cuando está creando una historia cinematográfica está pensando en un formato y dimensión de cine y no en un formato de tv, lo cual influye en la toma de decisiones dentro del filme y por lo tanto el discurso de la misma.
Siendo estrictos en la parte de producción, comenta Michelle Morán, si hubieran ocurrido estas restricciones de la transición del carrete a lo digital como ocurrió con “Avatar”, este debió ser un filme que no hubiera entrado en los Premios Óscar, ya que estaba elaborada en formato digital y no en carrete, sin embargo gano muchas estatuillas. Es evidente que son transformaciones que va teniendo el mercado, ¿qué vaya a pasar? no se sabe, pero en algún momento de la industria dejarán de ser un tema, lo importante ahora es que esta polémica marca la parte más importante del cambio que estamos viviendo como públicos y como la industria que hace cine.
El mostrarse renuente al cambio es negarse a la realidad e incluso al éxito, la tarea principal de quienes por amor ejercen el séptimo arte es seguir brindando historias inspiradoras a su público; a quienes ejercen el séptimo arte como negocio debe estar entre sus metas el adaptarse a lo que su contexto cultural y tecnológico les ha brindado.